No sabía si publicarlo o no, pero la verdad es que para ser los primeros personajes que hago (después de un par de cursos de Domestika hace tiempo para saber hacerlos), me siguen gustando. Son las protagonistas de un proyecto de algo que tenía muy en pañales y sinceramente, no sé si alguna vez escribiré

Quise abrir la tienda porque no podía estudiar, ni estar en casa. Necesitaba salir, airearme. Y justo me crucé con mi abuelo y es lo primero que se me ocurrió. Era un día festivo y sabía que no iba ir ni dios pero me parecía idea por eso. Me dediqué a dibujar. O garabatear más bien. Me ayudaría a no pensar.
Por eso no la vi llegar hasta que cruzó la puerta y sonó el timbre. Tampoco me la esperaba. No solo por el festivo, seguramente tuviera algo que hacer. Eso pensé.
—¡Hola! — me saludó Alejandra
—H-hola. ¿Qué tal? ¿cómo es que estás aquí hoy? —una sonrisa decidió invadir mi cara sin yo pretenderlo, igual que tampoco quería que me diera un vuelco el estómago. Sobre todo cuando me la devolvió.
—Pues… la verdad es que quería comprar algo —dijo algo dubitativa y mirando alrededor.
—Hmm… ¿necesitas… algo particular?
No me respondió de inmediato. Se puso a dar una vuelta por la floristería. Parecía no tener claro del todo qué quería comprar. Cuando me quise dar cuenta, estaba aprovechando para observarla con detenimiento. Llevaba el pelo suelto, que a veces se lo echaba del hombro a la espalda con un gesto desdeñoso o despistado. Parecía que vestía como siempre pero me fijé en que los vaqueros parecían nuevos y era la primera vez que le veía ese jersey. Estaba segura que aún no lo había llevado al instituto. Cuando estaba ya fijándome en otras cosas, agité la cabeza y decidí salir de detrás del mostrador y me acerqué a ella.
—¿Es para ti o un regalo? —le pregunté y parece que estaba concentrada porque se sobresaltó al oírme.
—P-para mí. Me gustaría poner algunas macetas en mi habitación, ahora que hemos terminado las obras.
—¿Qué te gustaría? —me miró finalmente unos segundos pero tal vez no esperaba encontrarme tan cerca de ella al girarse, que se sonrojó y desvió la mirada por encima de mi hombro. Vio entonces algo.
—¿Y esas rosas?
—Llegaron el otro día. Son enormes.
Se acercó y cogió una con delicadeza. Desde donde estaba pude verla, de perfil, oliendo la rosa con una sonrisa que volvió a encogerme el estómago. Cerró los ojos. No sé qué estaba pensando. Pero la dejó y luego siguió mirando. Sabía que no se la iba a llevar. Pero yo ya había tomado una decisión. Así que cuando fue a pagar las macetas que se llevaba:
—Pero, yo…
—Te la regalo. Y no se hable más.
Yo notaba el calor en la cara y ella se puso también roja. Se lo pensó un poco pero agarró la rosa con lenta delicadeza. Después se fue con prisas pero vi desde dentro que fuera se paró otros segundos y aunque estaba de espaldas, sé que la estaba oliendo antes de volverse, despedirse e irse.
Apenas vino nadie más y mi cuaderno acabó lleno de rosas. Y de esbozos de chicas con flores y sonriendo felices que tal vez, se parecían a ella. Aunque luego yo se lo negase a Marta cuando me las viese en unos días.
