-¿Que tampoco sabes volver?
Me miraba ceñuda y desconfiada. No dije nada y me limité a seguir sonriendo. De un local cercano, salía música. Jazz, supuse.
-Ya nos llamarán, ¿por qué no aprovechamos la noche que tenemos por delante?
Se lo pensó un poquito pero se agarró de nuevo a mi brazo como respuesta y entramos al local, un bar pequeño pero de bien distribuido espacio, en cuyo fondo había un escenario donde la banda tocaba.
Horas de música, animadas y triviales charlas, alguna confesión en voz suave y risas. El alcohol corrió lo justo para que al salir, me dejara pasar mi brazo por sus hombros. Y que sonriera cómplice y algo maliciosa cuando al amanecer supe volver al hotel.
Creo que sabía que mentía. Y algo me dice que ella también lo había hecho.