Temblaba, y estaba segura de que no de frío precisamente. Lo disimulaba, manteniendo la entereza con ese orgullo tan suyo, tan altiva y mirándole a los ojos. Pero no, ya no servía de nada. La conocía ya tan bien que sabía que todo ese muro de piedra en que se convertía siempre (y especialmente cuando estaban juntas) era un parapeto tras el que ocultaba toda su sensibilidad. Sus verdaderos sentimientos. Un escudo que se deshacía en pedazos.
Sus ojos brillaban a pesar de la rudeza de su expresión. Su piel estaba erizada y se le notaba nerviosa, con la respiración entrecortada. Su voz era ronca cuando hablaba. Abría y cerraba las manos, haciendo amago de meterlas en los bolsillos del pantalón.
Todo su cuerpo gritaba todo lo que nunca su boca sería capaz de decir. Prefería mentirle e incluso rechazarla antes que mostrarse… como es ella misma.
Se acercó aún más y fue directa y rápida. Si le daba el suficiente tiempo para pensar, huiría otra vez. Y aquella podía ser la última vez que se viesen en mucho tiempo.
Acarició primero su mejilla y después la besó con suavidad, casi apenas posar sus labios sobre los suyos. Un beso casi imperceptible si no fuera por su reacción: sorpresa, desconcierto… y entrega.
Nada de palabras cuando es la piel la que habla.
Nada de excusas para verse, para hablarse, o para tocarse para no entregar los sentimientos